martes, 14 de febrero de 2017

Lección 45 Un curso de milagros: Dios es la mente con la que pienso


Comentario

En cierto modo, las lecciones están intentando causarnos cierta desorientación. Nuestros pensamientos reales “no tienen nada que ver con los pensamientos que piensas que piensas, de la misma manera en que nada de lo que piensas que ves guarda relación alguna con la visión” (1:2).  Si mis pensamientos no son reales y lo que veo no es real, ¿a qué puedo aferrarme? A nada en absoluto.  Esto puede parecer aterrador; casi como si yo fuese uno de los personajes en una novela de misterio que está siendo atacado por alguien que intenta volverle loco, haciéndole creer que está alucinando y viendo cosas que no existen.

En realidad, aunque el intento de des-hacer nuestra orientación mental es semejante, el Curso intenta justo lo contrario. Está intentando volvernos cuerdos, no locos. Ya estamos locos. Estamos alucinando e imaginando cosas que no están ahí, y el Curso está intentando romper nuestra creencia obsesiva de que son reales.

Por debajo de la capa protectora del engaño que hemos puesto; la realidad es una mente completamente sana que piensa pensamientos completamente cuerdos y que únicamente ve la verdad. Nuestros pensamientos reales son los pensamientos que pensamos con la Mente de Dios, compartiéndolos con Él. Los pensamientos no abandonan la mente, por lo tanto, deben estar todavía ahí. Nuestros pensamientos son los pensamientos de Dios, y los pensamientos de Dios son eternos. Si esos pensamientos están ahí podemos encontrarlos. Podemos sacar nuestros pies del barro pegajoso de nuestros pensamientos y ponerlos sobre roca firme. Podemos estar casi completamente fuera del alcance de estos pensamientos originales y eternos, pensamientos completamente de acuerdo con la Mente de Dios, pero Dios quiere que los encontremos. Por lo tanto, debemos ser capaces de encontrarlos.

Ayer buscábamos la luz dentro de nosotros, una idea muy abstracta. Hoy buscamos nuestros propios pensamientos reales. Eso nos acerca un poco más la comprensión de lo abstracto: no sólo “la luz” sino mis propios pensamientos, algo que es parte de mí y que representa a mi verdadera naturaleza.

¿Cómo sería un pensamiento que estuviera en perfecta armonía con la Mente de Dios? Eso es lo que estamos intentando encontrar y experimentar hoy. Y si somos honestos, tendremos que admitir que los pensamientos de los que somos conscientes la mayoría de las veces no pertenecen para nada a esa clase. Nuestros pensamientos están llenos de miedo, inseguridad, totalmente a la defensiva, demasiado ansiosos y desesperados, y por encima de todo demasiado cambiantes como para decir que son pensamientos que compartimos con Dios.

Un pensamiento que procede de la Mente de Dios debe ser de perfecta armonía, total paz, completa seguridad, total bondad, y perfecta estabilidad. Estamos intentando localizar  ese centro de pensamiento en nuestra mente. Estamos intentando encontrar pensamientos de esta naturaleza dentro de nosotros mismos.

Una vez más, practicamos el sumergirnos en la quietud, pasar de largo todos los pensamientos irreales que ocultan la verdad en nuestra mente, y llegar a lo eterno que está en nuestro interior. Éste es un ejercicio sagrado, y que deberíamos tomarnos muy en serio, aunque no con tristeza, pues es un ejercicio de puro gozo. Dentro de mí hay un lugar que nunca cambia, un lugar que siempre está en paz, siempre brillando con el brillo del amor. ¡Y hoy, Oh Dios, sí hoy, yo quiero encontrar ese lugar! Hoy quiero tocar esa base sólida en el centro de mi Ser y conocer su estabilidad. Hoy quiero encontrar mi Ser.    

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