viernes, 17 de febrero de 2017

Lección 48 Un curso de milagros: No hay nada que temer


Comentario

Se puede entender este sencillo pensamiento al menos de dos maneras:
1)      No hay nada a lo que temer.
2)      ¿Miedo? ¡Eso no es cierto!

Como el tercer párrafo aclara, este pensamiento está relacionado con la lección de ayer acerca de confiar en la fortaleza de Dios en lugar de confiar en nuestra propia fortaleza, separada de la Suya. “La presencia del miedo es señal inequívoca de que estás confiando en tu propia fortaleza” (3:1).  Como dijo la lección de ayer: “¿Quién puede depositar su fe en la debilidad y sentirse seguro?” (L.47.2:3). Por eso, cuando confiamos en nuestra propia fortaleza, sentimos miedo. Cuando confiamos en la fortaleza de Dios, no sentimos miedo. El miedo no es algo que debamos temer; sin embargo, es una señal que nos avisa de que nuestra fe está en el lugar equivocado, y lo que pide es corrección, no condena.

Desde la perspectiva de la mente recta, es un hecho que: no hay nada que temer. Dios es todo lo que existe, y nosotros somos parte de Él, nada fuera de Él existe. Por supuesto, no hay nada que temer. El miedo es la creencia en algo distinto de Dios, un dios falso, un ídolo con poder que se opone y vence a Dios. Secretamente creemos que hemos hecho eso, pero de lo que tenemos miedo es de nosotros mismos. Sin embargo, lo que creemos que hemos hecho nunca ha ocurrido. Por eso, no hay nada que temer. “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2).

Si creemos en ilusiones, el miedo parece muy real, pero tenemos miedo de la nada. La lección dice que “es muy fácil de reconocer” que no hay nada que temer (1:4); lo que hace que parezca difícil es que queremos que las ilusiones sean verdad (1:5). Si no son verdad, entonces no somos quienes creemos ser y quienes queremos ser; somos creaciones de Dios, no nuestra propia creación. Por eso, nos aferramos a las ilusiones para dar validez a nuestro ego, y al hacerlo, conservamos el miedo.

Cuando nos permitimos a nosotros mismos recordar que no hay nada que temer, y cuando  conscientemente nos recordamos ese hecho durante el día, eso nos demuestra que “en algún lugar de tu mente, aunque no necesariamente en un lugar que puedas reconocer, has recordado a Dios y has dejado que Su fortaleza ocupe el lugar de tu debilidad” (3:2). Esto es lo que el Texto llama la “mente recta”. Hay una parte de nuestra mente -realmente la única parte que existe- en la que ya hemos recordado a Dios. Esa parte de nuestra mente es lo que nos está despertando de nuestro sueño.

¿Alguna vez te has preguntado cómo es que encontraste Un Curso de Milagros, y por qué te atrae? Tu mente recta ha creado esta experiencia para ti; tu verdadero Ser te habla a través de sus páginas para despertarte. Cada vez que repetimos “No hay nada que temer”, nos estamos asociando con la parte de nosotros que ya está despierta, y que ya ha recordado la verdad. Puesto que ya estamos despiertos, el resultado es inevitable. Pero necesitamos esta apariencia de tiempo para “darnos tiempo a nosotros mismos” (por así decir) para expulsar las ilusiones y reconocer la verdad siempre presente de nuestra realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario