jueves, 9 de febrero de 2017

UCDM Lección 40: Soy bendito por ser un Hijo de Dios


Comentario

No se te puede pasar por alto la importancia que el Libro de Ejercicios le concede a intentar la práctica según las instrucciones. En esta lección, cuya práctica es en cierto sentido más relajada que la de ayer y en otro sentido una intensificación, no puedes leer estas palabras  y pensar que el autor cree que no importa si seguimos las instrucciones o no:

“Hoy no se requieren largas sesiones de práctica, sino muchas cortas y frecuentes. Lo ideal sería una cada diez minutos, y se te exhorta a que trates de mantener este horario y a adherirte a él siempre que puedas. Si te olvidas, trata de nuevo. Si hay largas interrupciones, trata de nuevo. Siempre que te acuerdes, trata de nuevo”.      (1:2-6)

 Trata… trata… trata. Cuanto más a menudo repitamos la lección, mayor efecto tendrá en nuestra mente. ¿Cómo puedes hacer un “curso en entrenamiento mental” (T.1.VII.4:1) sin una disciplina mental? No puedes, es así de simple.

Al mismo tiempo date cuenta de que aquí no se “culpa” en absoluto. El autor espera (o permite) nuestra indisciplina y nuestro olvido y nuestras “largas interrupciones” (1:5). Él sabe que no tenemos disciplina, precisamente por eso es tan “necesaria” la práctica. Pero Él no nos juzga por ello. Simplemente dice: “Si te olvidas, inténtalo de nuevo”. No dejes que tu olvido, aunque sea durante largos periodos del día, sea una excusa para abandonarlo durante el resto del día. Cada vez que nos acordemos, añadimos un eslabón a la “cadena eslabonada de perdón que, una vez completa, es la Expiación (T.1.I.25:1).   

Incluso llega a señalar que porque no puedas quedarte solo y cerrar los ojos, eso no es excusa para no practicar. “Puedes practicar muy bien en cualquier circunstancia, si realmente deseas hacerlo” (2:4).

La práctica de hoy es muy sencilla, simplemente, hacer afirmaciones positivas sobre nosotros mismos: “Soy bendito por ser un Hijo de Dios. Estoy calmado y sereno; me siento seguro y confiado” (3:7-8). Esto puede llevar 10 o 15 segundos, quizás un poco más para pensar en una nueva lista de cualidades que asocias con ser un Hijo de Dios: “Estoy sereno, soy competente e inquebrantable”. “Soy alegre, radiante, y estoy lleno de amor”.

¿Puede alguno de nosotros considerar un sufrimiento realizar una práctica como ésta? Nuestro ego sí, y se resistirá. Ya no estoy asustado, pero sigo sorprendiéndome de la variedad de maneras que el ego encuentra para distraerme y evitar mis prácticas de felicidad, pues eso es todo lo que estamos haciendo aquí. Observar la constante oposición del ego a mi felicidad es algo que me convenció de esta línea del texto: “El ego no te ama” (T.9.VII.3:5).

Por razón de lo que yo soy, una extensión de Dios, tengo derecho a la felicidad. El ego tiene que resistirse a esa idea porque su existencia depende de mi creencia  de que yo me he separado de Dios, por eso el ego quiero que yo sea desgraciado. Quiere que yo crea que no merezco ser feliz. Quizás no quiere que yo sea completamente desgraciado, eso podría provocar que reconsiderara todo. Sólo “un leve río de infelicidad”, como lo llama Marianne Williamson. Sólo un soplo de tristeza y de impermanencia colándose hasta en mis mejores momentos. Justo lo suficiente para evitar que escuche al Otro Tío que habla de mi unión con Dios. Y ciertamente no quiere que yo sea feliz. Ser feliz es peligroso para el ego. Ser feliz significa que la separación no es verdad.
   ¡Y no lo es! 

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