sábado, 18 de febrero de 2017

Lección 49 Un curso de milagros: La voz de Dios me habla durante todo el...


Comentario

“La Voz de Dios me habla durante todo el día”. ¡Sí, lo hace! Te puede parecer ilusorio cuando dices esta frase, pero no lo es. La Voz de Dios nos habla durante todo el día, todos los días. “La parte de tu mente donde reside la verdad (es decir, la mente recta) está en constante comunicación con Dios, tanto si eres consciente de ello como si no” (1:2). Normalmente no somos conscientes de esta comunicación, aunque podemos serlo. Nuestra consciencia sencillamente no está a la escucha.

Es como una señal de radio. Aquí en Sedona, tenemos una emisora de radio que se llama KAZM (“abismo”, curioso ¿eh?). KAZM está en comunicación con mi radio todo el día, pero puede que yo no tenga mi radio puesta en esa emisora. El Espíritu Santo está en comunicación con mi mente todo el día, pero puede que yo no Le esté escuchando.

Hay otra parte de nuestra mente que se ocupa de los asuntos de este mundo. Ésa es la parte de la que somos conscientes la mayor parte del tiempo. La llamaré “mente errónea” para que podamos distinguirlas. En realidad esta parte no existe, y la parte que escucha a Dios (mente recta) es en realidad la única parte que existe  (2:2-3). Por consiguiente, hablar de “partes” de nuestra mente es sólo una invención útil.

La mente errónea es una ilusión. La mente recta es real. La mente errónea está angustiada, desesperada, llena de un enloquecido parloteo de “pensamientos” que se parecen al Conejo Blanco de Alicia en el País de las Maravillas. La mente recta es “serena, está en continuo reposo y llena de absoluta seguridad” (2:1). La mente recta es de lo que habló la Lección 47 al decir:   “Hay un lugar en ti donde hay perfecta paz” (L.47.7:4). En este lugar, “la quietud y la paz reinan para siempre” (2:5).

Podemos elegir qué voz escuchar, a qué “parte” de nuestra mente hacerle caso: la voz desesperada de preocupación o la Voz llena de paz. ¿Parece difícil creer que dentro de nosotros hay un lugar de perfecta calma, como en el centro de un huracán? Pues, lo hay. A mí me parecía difícil de creer, pero cuando empecé a buscarlo, empecé a encontrarlo.

A menudo, cuando al principio intentamos encontrarlo, la otra voz grita tan alto que parece que no podemos ignorarla (que es lo que la lección nos dice que hagamos). Justo el otro día alguien me contaba que cuando se sentaba en meditación, la llegada de la paz era tan aterradora que tenía que levantarse y ponerse a hacer algo. ¿No es extraño que la paz nos resulte tan poco deseable? Siéntate durante unos minutos intentando estar en paz, y algo dentro de ti empieza a gritar: “¡No puedo aguantarlo!”. Ésa es la voz frenética de desesperación. La lección nos dice: “Trata hoy de no prestarle oídos” (2:4).

¡Merece el esfuerzo! El lugar de paz está ahí en todos nosotros, y cuando lo encontramos: ¡Ahhh! Todavía tengo días en que parece que no puedo parar el parloteo constante de mi mente, pero están aumentando los momentos en los que me sumerjo en la paz, por lo cual estoy muy agradecido. Únicamente tienes que dejar toda actividad por un momento para encontrar la paz; no puedes encontrarla sin sentarte, sin aquietarte, sin desconectarte de todo lo de fuera por un momento. De otro modo, el mundo distrae demasiado al principio.

Finalmente podemos aprender a encontrar esta paz en cualquier momento, en cualquier lugar, e incluso llevarla con nosotros en situaciones caóticas. Sin embargo, al principio, necesitamos desarrollar la quietud para encontrarla, cerrar los ojos al mundo, pasar de largo la superficie tormentosa de nuestra mente y entrar en el centro profundo y sereno, pidiéndole a la Voz de Dios que nos hable.

Un pensamiento más. Podrías pensar, a causa de esta lección, que si la “emisora de radio” de Dios siempre está funcionando, tiene que ser fácil oír Su Voz. Falso. La voz del ego se describe aquí como “chillidos estridentes” (4:3), “frenéticos y tumultuosos pensamientos, sonidos e imágenes” (4:4), y “constantemente distraída” (1:4). Al principio, escuchar la Voz de Dios es como intentar meditar en medio de una revuelta callejera. Es como intentar componer una nueva melodía mientras está tocando una banda musical de rock. O como intentar escribir una carta con toda atención mientras tres personas te están gritando cosas distintas en los oídos. No es nada fácil. Requiere mucha atención y concentración. Y sobre todo, requiere mucha voluntad. “La Voz del Espíritu Santo es tan potente como la buena voluntad que tengas de escucharla” (T.8.VIII. 8:7).

Tienes que estar dispuesto a ignorar esa otra voz. Los chillidos del ego no suceden sin nuestro consentimiento, no proceden de algún demonio malvado que intenta hacer fracasar nuestros esfuerzos de oír la Voz de Dios. Son nuestro propio deseo que toma forma, eso es todo. Nos hemos pasado muchísimo tiempo escuchando al “fabricador de ruidos” en nuestra mente. Tenemos que empezar a evitarlo y a elegir desenchufarlo.

Así que, oír al Espíritu Santo no es algo que sucede de la noche a la mañana: lee sobre esto hoy y empieza a ser “divinamente guiado en todo lo que hagas” mañana. No, no es así de sencillo. De hecho, en el Texto Jesús dice que aprender a escuchar sólo esa Voz fue la última lección que Él aprendió y que requiere esfuerzo y gran voluntad (ver T.5.II.3:7-11):

“El Espíritu Santo se encuentra en ti en un sentido muy literal. Suya es la Voz que te llama a retornar  a donde estabas antes y a donde estarás de nuevo. Aún en este mundo es posible oír sólo esa Voz y ninguna otra. Ello requiere esfuerzo así como un gran deseo de aprender. Ésa es la última lección que yo aprendí, y los Hijos de Dios gozan de la misma igualdad como alumnos que como Hijos de Dios” (T.5.II.3:7-11).

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